Puertas a la nada. Microrrelatos y cuentos
Cuento, microcuento, microrrelato –término utilizado por primera vez en 1977 por el mexicano José Emilio Pacheco para referirse a sus Inventarios– no es más que, a muy grandes rasgos, el arte de contar algo con la máxima brevedad posible. No es de extrañar entonces que el microrrelato más famoso –el del dinosaurio de Augusto Monterroso– esté formado tan sólo por siete palabras.
Poema en prosa, cuento o relato corto, el microrrelato busca sorprender desde la primera frase porque su herramienta más valiosa es utilizar el lenguaje más preciso para contar una historia que sorprenda. ¿Largo, corto? Longitud: la necesaria. Ninguna palabra sobra. Y son esas las características que encontramos en los microrrelatos que Jorge Ochoa reúne en Puertas a la nada, donde alternan distintos universos, lugares familiares, olores de infancia, personajes niños, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, que –como señala en el Prólogo Paco Fernández de Rosa– “están presentes en la mirada social, el estremecimiento frente al vacío existencial, la descripción costumbrista, el misterio, el amor y la muerte. Y como una brisa desparramada entre sus hojas, el libro, contiene la magia de este taumaturgo, mi querido colega, compañero de viejas audacias, Gino de La Plata y agrega a sus cualidades el talento de otro colega y amigo testigo conjunto de éxitos y no tanto, de exilios y Calle Corrientes, Rubén Rodríguez Poncetta”.